La comunidad de San Ignacio requiere el arreglo de la trocha que la conduce al kilómetro 22
“Nosotros solos no podemos, necesitamos que nos ayuden, que la Alcaldía nos cumpla la promesa de hace cinco meses, de construirnos 200 metros de placa-huella. Nosotros aportamos la mano de obra”. El llamado, con signos de desespero, es de la señora Nayibe Barbosa, vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal, JAC, de la vereda San Ignacio, al describir el pésimo estado del tramo carreteable que comunica a esa comunidad con kilómetro 22 de la vía a Pamplona.
“Hace como tres años, nosotros, los campesinos, a pesar de no ser ricos, reunimos como cuatro millones de pesos y logramos construir cien metros de placa-huella, pero necesitamos que nos ayuden, no aguantamos más, ya se están abriendo unas zanjas en donde pueden caerse los carros”, reafirma doña Nayibe.
En nuestra visita de las últimas horas al sector, pudimos constatar el contraste entre la hermosura del paisaje rural y el deterioro absoluto de este tramo. Las cascadas, la espesa vegetación, los cultivos de girasol, el trinar y el color de las aves, los sonidos que emiten los diferentes animales, así como la sonrisa y generosidad de estas gentes, en nada se asemejan a esta vía, que más parece un camino de herradura.
Por el mal estado de esta trocha, los conductores de los vehículos que van hasta el sector a movilizar los productos (cosechas) para la venta, cada día cobran más dinero a los campesinos, por el riesgo que significa transitar por allí, el desgaste de llantas y el peligro de una varada. “A nosotros nos cobran cada día más y más por sacarnos los productos y, en cambio, cuando vamos a venderlos, nos pagan más poquito, quieren todo regalado. Estamos jodidos”, expresión de Fermín Quiñónez, presidente de la JAC.
Los agricultores de esta región cosechan y venden en el casco urbano diferentes variedades de frutas, hortalizas y verduras, además de girasol. Eventualmente, huevos, gallinas y pollos criollos, leche y reses. Con el producido de sus ventas, ellos deben llevar de regreso a casa los elementos necesarios para la subsistencia, tales como carne, café, chocolate, pastas, arroz, panela, pan y otros, además de los artículos de aseo y medicinas.
Pero, la desgracia de los campesinos no para ahí. Su vida se les encarece aún más, pues como no cuentan con gas natural (desde hace ocho años lo están solicitando y, nada), entonces deben acudir al cilindro de gas propano, cuyo transporte hasta el sector resulta oneroso. Para la muestra un botón, dice don Fermín: un cilindro de cien libras, puesto en San Ignacio, tiene un costo de $220.000 y, uno de 40 libras, $115.000. Dependiendo del número de personas en la casa, el primero puede durar unos 45 días y el otro, un mes.
Como refiere el dicho popular: y, es aquí, en donde le nace la otra pata al cojo. Resulta que muchas familias no pueden comprar mensualmente el cilindro de gas propano y, entonces, deben recurrir a cocinar con leña para preparar sus alimentos, por lo que tienen que cortar árboles. Poco a poco van acumulando un daño forestal en esa región de reserva ecológica.
“Vivir en el campo es bonito, tiene ventajas; por ejemplo, todos los días encontramos algo de comer, no como en la ciudad que, a veces, falta la comida. El aire puro, el clima, la flora, los animales y la gente buena, son privilegios; pero, las necesidades también son muchas. Con el pasar del tiempo, hay algunas que pareciera no tener solución”, señala don Fermín.
Al término de la visita y degustando un delicioso sancocho de gallina criolla, la personera municipal María Margarita Serrano Arenas agradeció la generosidad de estas comunidades y las invitó a no desfallecer en sus intenciones de continuar mejorando sus condiciones de vida.
“Cuenten siempre con nosotros, ésta será solo la primera visita, continuaremos estrechando los lazos de hermandad y seguiremos gestionando soluciones a sus problemáticas. Ustedes son nuestra razón de ser. La Personería Municipal no tiene sitios vedados porque es la garante de los derechos constitucionales de las comunidades”, reiteró la funcionaria.
La esperanza sigue viva
En medio del cúmulo de necesidades en la región más alta de Floridablanca, encontramos una experiencia que nos regocijó el espíritu.
De camino a casa de doña Nayibe, tuvimos la oportunidad de dialogar con el joven José Alejandro, de unos 13 años de edad, quien iba acompañado de su mejor amigo y, nos dio una grata noticia:
“Estudiamos en la sede A del colegio Gustavo Duarte Alemán y allí, con el profesor Armando Zárate, tenemos un proyecto de reciclar materiales, estamos haciendo unas materas con botellas de límpido y estamos investigando las anotaciones que tienen en la parte de abajo, para saber qué tan peligrosas son”.
La esperanza sigue viva, cada día son más los niños y jóvenes que se suman a esta gran cruzada mundial en favor del ambiente, que no es otra cosa que la garantía de la vida.