La vida humana resiste entre las cloacas de Floridablanca
No se necesita ser científico, mago o poseer una nariz de perro sabueso para aseverar que los afluentes hídricos de Floridablanca están críticamente contaminados y que las familias que residen en sus orillas están expuestas al contagio diario por la hediondez y la porquería que cargan esas aguas y, a la muerte, por culpa de una creciente o avalancha.
Es una realidad que afecta también a muchas ciudades colombianas, en las que nunca se planificó y proyectó su crecimiento. Hoy, son cloacas en las que deben sobrevivir sus habitantes más pobres o aquellos migrantes que huyen despavoridos por la violencia interna o por las condiciones de vida que afecta a sus países de origen.
Como garante de los derechos fundamentales de los ciudadanos de todos los estratos, la Personería Municipal quiso verificar el estado de las fuentes hídricas e identificar los puntos críticos para denunciar esta cruda realidad y buscar soluciones que mejoren la calidad de vida de los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores que intentan sobrevivir en su entorno. A ese recorrido convocó al gobierno municipal, a la Unidad de Gestión de Riesgo de Desastres (UGRD), Área Metropolitana de Bucaramanga (AMB), Banco Inmobiliario de Floridablanca (BIF), Empresa Municipal de Aseo de Floridablanca (EMAF), y a la Corporación Autónoma Regional para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga (CDMB).
Faltaron a la cita: la EMAF y la CDMB, que se había comprometido a realizar el recorrido y a tomar muestras de las aguas en distintos puntos para así realizar el análisis de contaminación. La EMAF se disculpó ese mismo día por estar en otra actividad. La CDMB lo hizo dos días después del recorrido, argumentando compromisos adquiridos con anterioridad
Un recorrido entre podredumbre
Sin ellas, el recorrido empezó a las 8:00 de la mañana en inmediaciones de la hacienda La Esperanza, en donde justamente inicia el viaje del teleférico que culmina en el cerro del Santísimo. En este punto, vereda Helechales, pasa el río Frío que aún muestra aguas semi-cristalinas, a pesar de que ya llevan algunos componentes agroquímicos de los que utilizan los campesinos para fumigar sus cosechas y protegerlas de las plagas; además de las aguas negras de las fincas situadas aguas arriba.
En este punto el olor del río es normal y no altera el comportamiento de los visitantes. No se registran construcciones de invasores y lo que se percibe a su alrededor es una zona tranquila de campo. Pareciera que el río acogiera a algunos peces, pero por más que observamos el fondo, no apreciamos si quiera Guppys, propios de estas aguas.
Luego, seguimos bajando y nos adentramos en la quebrada Suratoque, al lado del asentamiento humano El Páramo, sobre la Transversal Oriental. El ambiente cambia por completo, el color de las aguas es gris y los olores, nauseabundos. Como si fuera poco, este sector es el hábitat de habitantes de la calle y drogadictos que improvisaron allí sus cambuches y lo convirtieron en un basurero.
Allí encontramos basuras, frascos de pegante, ropa destrozada, colchonetas empapadas de agua, cartones, trozos de chancletas, papeles, algunos documentos de identidad, pedazos de muñecos, colillas, cobijas viejas y sucias y otra cantidad de cachivaches. Dos parejas de muchachos que a esa hora, 10:50 de la mañana se encontraban en el lugar, huyeron despaciosamente al observar la comitiva que ya contaba con el acompañamiento del capitán Delio Andrés Garavito Agudelo, excomandante de la Estación de Policía Floridablanca, ubicada en el sector de Papi quiero piña.
Cruzamos la Transversal Oriental y nos dirigimos hacia el sector de la cancha de fútbol del barrio Bucarica, pero la situación continuó igual. Habitantes de calle y viciosos entre matorrales, ranchos improvisados, desaseo, olores putrefactos y el color del agua cada vez más oscuro. En este punto ya perdimos la esperanza de encontrar algún pez nadando entre estas aguas.
En inmediaciones de la plaza de mercado de Bucarica retomamos los automotores y por la vía al barrio a Panorama llegamos a La Cumbre, concretamente al sector de Juan Pablo Segundo, en donde a orilla de la quebrada Las Batatas se levantan unos 32 ranchos, cuyos habitantes dicen ser desplazados de la violencia. Unos 120 niños, jóvenes, adultos y adultos mayores pasan allí sus días y sus noches en unas condiciones indignas, a la espera que el gobierno los reubique o que la quebrada cause una tragedia. La líder del grupo es Luisa Fernanda Rodríguez, quien asegura que ellos denominan el sector como Sueños de un Niño, porque entre esos ranchos y esa pestilencia sobreviven 52 menores de 0 a 10 años de edad.
Allí, el color de la quebrada es negro y sus olores, sumados a los de un improvisado alcantarillado, son insoportables y exasperan los ánimos de los visitantes. Dos miembros de la comitiva no aguantaron la hediondez y debieron vomitar. Las condiciones de vida para estas 120 personas son más indignas que las que soportan los criminales recluidos en las frías y oscuras mazmorras.
“Nos toca arriesgarnos aquí, somos conscientes que la quebrada puede crecerse y nos lleva. No contamos con servicios públicos, las necesidades debemos hacerlas por ahí, donde podamos; los ranchos están a merced de aguaceros y vientos. Como si fuera poco, las gentes que viven más arriba nos echan toda la porquería para acá. Debe ser por esas condiciones de vida que los niños de aquí permanecen con gripas y tapaditos del pecho. Pero… qué hacemos, no tenemos con qué arrendar una casa más arriba, sólo contamos con Dios”, manifestó la señora Luisa Fernanda.
Por su parte Javier Alfonso Rivero Quintero, funcionario de la Unidad de Gestión de Riesgo de Desastres y guía de la expedición, anotó que “se podrán hacer jornadas de limpieza en el sector, pero sería inhumano que algún personal descendiera hasta ese improvisado caño. Cualquier persona que lo haga corre el riesgo de contagiarse y hasta de morir”.
Hacia el mediodía, el equipo se trasladó hasta la quebrada Menzuly, sobre la autopista Piedecuesta-Floridablanca, en inmediaciones de unas reconocidas empresas. El ambiente es desolador.
Los expertos que acompañaron el recorrido aseguran que los desperdicios industriales que arrojan las empresas a este afluente hídrico, hacen que el color del agua sea más oscuro y que su olor penetre hasta los huesos. Además, en este punto también carga con los desechos agroquímicos empleados por los campesinos y las aguas negras de condominios y residencias urbanas.
Ni siquiera los gallinazos, mejor conocidos como chulos, se atreven a buscar comida en esta quebrada, seguramente ellos ya aprendieron las lecciones de la toxicidad de sus aguas. Ni rastro de señales de vida a unos 30 metros de la orilla, sólo putrefacción y tristeza para los visitantes.
“Nos habían contado muchas cosas con relación a las quebradas de la ciudad, pero se quedaron cortas con la realidad. Al visitarlas nos enfrentamos a una cruda realidad que, desafortunadamente, aún no cuenta con dolientes pero que, con el paso de los días, disminuye más la calidad de vida de muchos seres humanos y, de no actuar pronto las autoridades competentes, seremos todos los florideños los que nos afectaremos por los malos olores y la calidad del agua”, señaló la personera municipal María Margarita Serrano Arenas.
A las 2:10 de la tarde, con el hambre acumulada de seis horas sin probar ni tinto, con el cansancio propio de las caminatas, con los zapatos repletos de agua picha, la ropa olorosa a mortecino y con el estómago revuelto por tanta aspiración putrefacta, los miembros de la comitiva se tomaron la foto final del recorrido: sonrientes y agrupados, con la sonrisa que produce el deber cumplido.